Este valioso legado in memoriam de Francisco Brines quedará bajo llave en la caja de seguridad número 1018 de la Caja de las Letras, y más adelante se integrará en la nueva Biblioteca Patrimonial del Instituto, ubicada en Alcalá de Henares (Madrid). El Cervantes guardará a perpetuidad esta donación póstuma, que incluye también un dibujo. Fue el propio Brines quien eligió el contenido del legado cuando previó que, por su delicado estado de salud, no podría entregarlo personalmente en abril a la Caja de las Letras, como hace cada año el escritor distinguido con el Premio Cervantes en vísperas de recoger el máximo galardón literario de España.
El hallazgo de Dios hecho viento se produjo cuando Àngels Gregori preparaba, como comisaria, la exposición de Francisco Brines en la Universidad de Alcalá con motivo del Premio Cervantes 2020. Tras indagar en numerosas cajas que contenían correspondencia, fotografías, carpetas con borradores de poemas inéditos, prosas “maravillosas” de sus primeros viajes e incluso multas de tráfico, encontró una última caja que atesoraba esos poemas que un jovencísimo Paco Brines escribió entre 1947 y 1949, al menos once años antes de su primer libro publicado, Las brasas (1960).
El manuscrito llevaba la inscripción “Para el premio Ínsula de poesía”, y Brines compuso los versos cuando estudiaba en el colegio de los Jesuitas de Valencia, fruto de su primera crisis religiosa. Aunque no llegaron a ver la luz, algunos de esos versos tomaron después forma definitiva en libros posteriores. “Fue un milagro encontrarlo”, dijo Àngels Gregori. Ella se los leyó a Brines durante sus últimas semanas antes de su muerte el pasado 20 de mayo, el poeta los evaluaba y le preguntaba si debían publicarse por vez primera. “Se sentía emocionadísimo de reencontrarse con esa primera juventud”, explicó.
Dos
primeras ediciones de JRJ y Machado
El Instituto
Cervantes quiso añadir a esta donación dos primeras ediciones de sendos poetas
muy admirados por Francisco Brines: Diario de un poeta recién
casado, de Juan Ramón Jiménez (primera edición de 1916), y Soledades, de
Machado (de 1907). La directora de Cultura del Cervantes, Raquel
Caleya, los depositó en la caja preparada al efecto junto con un
ejemplar del último poemario de Luis García Montero, No puedes ser así, y
un libro de Felipe Benítez Reyes con una dedicatoria para
Brines.
García
Montero destacó que este “acto melancólico” es un homenaje “al maestro,
al poeta, al amigo, a la persona que nos enseñó que la verdad poética es una
manera de ética”. Aseguró que el Cervantes va a conservar este legado “como
uno de sus mejores tesoros”, en recuerdo de quien “nos enseñó a querer,
a admirar y hacer de la poesía una apuesta por la honestidad más íntima y los
valores más nobles de la identidad humana”, porque “la poesía trabaja
para sacar lo mejor de nosotros mismos”.
En el
homenaje, celebrado al aire libre en el jardín de la casa de Brines en Elca
(Oliva), participaron también la directora general del Libro y Fomento de la
Lectura, María José Gálvez, y destacados poetas que
mantuvieron con él una relación de amistad o admiración. Cada uno de ellos dejó
en la caja para el Instituto Cervantes un libro, explicó su contenido o
vinculación con el poeta y leyó algunos versos.
Fernando
Delgado dejó
sus recuerdos del viaje que realizó a Canarias con Paco Brines, que este plasmó
después en el poema Yo quiero ver el pájaro del Teide. Carlos
Marzal leyó su poema Casa en espera y aseguró que
seguirá comunicándose de manera telepática con quien fue su maestro literario,
pero sobre todo “una suerte de padre, amigo e incluso amigote”.
José
Saborit dejó su
último libro, Con los ojos de nadie, con una dedicatoria para
el autor. Lola Mascarell admitió que en sus versos es fácil
encontrar la huella de los versos de Paco y leyó el poema de Brines El
vaso quebrado.
Luisa
Castro, directora
del Instituto Cervantes de Burdeos (Francia), admitió el “inmenso honor”
de haber sido jurado del Premio Cervantes 2020 (en representación de García
Montero) y de haber defendido la candidatura de Brines. Martín
López-Vega, director de Gabinete del Cervantes, leyó el poema
titulado Alejandría de su último libro, Elegía, y
resumió su nexo con Brines: “Mi forma de relación con él fue la admiración”.
Vicente
Gallego dejó un
libro suyo de haikus (poemas muy breves) y leyó parte de su sección
llamada Cuaderno de Elca. Y Àngels Gregori depositó
el último de sus libros, que el propio Brines presentó en Oliva, así como el
manuscrito El rostro de Oliva, de parte de todos los miembros de la
Fundación.
Y como el
homenajeado era un gran amante de la pintura (Brines contaba con una buena
colección), también se dio cabida al arte: la reconocida pintora Carmen
Calvo, que no pudo asistir, envió un catálogo pintado por ella.
Y Mariona Brines, también pintora, sobrina del poeta y
presidenta de la Fundación, dejó el collage titulado In memoriam a
Paco.
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